Desde muy temprana
edad sintió las caricias torpes de sus amiguitos, su feminidad había despertado
tan temprano así como ella misma sentía el despertar de sus deseos incontrolables
sin saber si se trataba de una enfermedad o simplemente así debería de ser, su
madre alcohólica nunca le hablo acerca de lo que habla una madre a una hija, su
padre alcohólico nunca pudo verle a los ojos, sus hermanos no la cuidaban como
un hermano cuida a una hermana y los primeros consejos los escucho del grupo de
amigos que despertaban sus sexualidades con ella misma. Así creció.
Su voz sonaba chillona, aguda como un
espanto, su débil y delgado cuerpo ya sabía de noches de jergas, de marihuana y
alcohol, de días de 48 horas y de incontables hombres que habían recorrido sin
respeto su menudo y delgado cuerpo de mujercita… ”siempre quise tener un pony” decía
mostrando rasgos de su inocencia perdida… En su adolescencia ya sabía de las
caricias malsanas de sus amigos y de desconocidos a los que acababa de saludar, aquellas caricias que ella deseaba correspondieran a las caricias del amor, como las que soñaba que
le hacia un tal Armando, las que más de una vez terminaron en filas de
Armandos, en 12 Armandos, 20 Armandos, hasta el amanecer, cuando se encontraba otra
vez sola…
Nunca tuvo grandes aspiraciones, su
alma prendada a su cuerpo que ocupaba aquel demonio, su cuerpo que desparramaba
olor a sexo al caminar… ese diablo la tuvo en oferta algún tiempo pero después decidió
quedarse con lo mejor de ella, había decidido vivir de la manera más fácil, sin
esfuerzo, una cama en un vetusto cuarto, esa era su decisión, tal vez no era
buena, pero al menos había tomado una decisión, aunque en el fondo, ella no había
decidido nada.
En el Barrio nadie la tomaba en serio,
pero eso a Mirtha no le molestaba, al contrario. Para la mayoría Mirtha no
tenia futuro, su pasado la condenaba a vivir en ese presente, era su condena…
Llego el día en que la fusep la subió a la patrulla acusada de escándalo público,
después vinieron mas, por violencia, por prostitución, por robo… “Armando me quería,
yo nunca le creí cuando me lo decía, pero me quería”, decía a sus colegas en las
celdas o en la calle, añorando sus años adolescentes…
Los años fueron pasando rápido para
Mirtha, había vivido mucho, demasiado, como 100 vidas de una muchacha cualquiera…en
noches de drogas y alcohol se entregaba bailando con la mirada perdida aferrada a sus recuerdos de niña… hasta que una noche, una droga mala la hizo
desmayar y echar espuma amarillenta por su boca que aun mantenía un cigarro
humeante…
Armando… Armando no te vayas, susurra cuando sus ojos a veces despiertan del letargo mientras Armando, se levanta de su silla, le besa la frente, cuando, a las 5 de la tarde, termina la hora de visita en el Psiquiátrico Santa Rosita…