viernes, 21 de agosto de 2015

TORPEDO

Le decían Torpedo, se llamaba Humberto. Era hermano de Don Arturo H, el hombre que tenia 3 esposas, todas con conocimiento de la existencia de las otras, en 3 casas diferentes claro, pero una junto a la otra y entre todas habían procreado como a 25 hijos, además de la abuela, doña Santos quien a sus 80´s le gustaban las cervezas y el abuelo, Don Trino, quien bajaba a comprar cigarros y no regresaba en días, debido al Alzheimer, nadie lo buscaba, un día él se acordaba donde vivía y regresaba solito.
Torpedo desde niño había proyectado una conducta rara, nunca lo llevaron al médico y entre ellos le diagnosticaron “Locura”, esa era su enfermedad y ya no había nada que hacer.
Torpedo se crió en la calle hasta llegar a los treinta y tanto años, su locura era tranquila pero a veces se tornaba violento, tanto que había que encerrarlo y amarrarlo en el cuarto que compartía con la abuela y el abuelo que eran los únicos que podían calmar sus días y noches de violenta locura y en quienes encontraba la paz en la mayor parte de su tranquila existencia.
Torpedo deambulaba por la calles de Tegucigalpa con su único y fiel amigo: un perro al que llamaba “Asaber”. -Torpedo, como se llama tu perro –le preguntaban-  Asaber!!! - contestaba  mirando al can al que acercaba su cara para que este se la lamiera con alegría.
Pero cierta vez, en uno de esos malos ratos, Torpedo se torno tan violento y la abuela quiso sujetarlo, este la lanzo apartándola de él con tanta fuerza, que la abuela cayó al suelo y se desmayo.
Al enterarse Arturo, su hermano, lo busco y al encontrarlo arremetió a golpes en contra de él hasta dejarlo con su cara desfigurada a golpes y casi sin conocimiento. Al recuperar el aliento, Torpedo salió en veloz carrera y se perdió entre las calles del centro. Minutos después llego una mala noticia: Torpedo se había lanzado de cabeza, a las llantas de una pesada volqueta perdiendo la vida de manera inmediata.
Torpedo había muerto: sin obituario que leer,  él había dejado la escena. El cuerpo descansaba en un improvisado ataúd hecho con tablas rusticas sobre el que habían puesto una foto que no se parecía a él. Todos los ajustes para el funeral habían sido tan mal improvisados como si el mismo Torpedo los hubiera preparado. El rostro, como se podía ver a través del cristal, no tenía semblante de desagrado: aparte de los magullones por los golpes y el aplastamiento craneal, perfilaba una tenue sonrisa, como si la muerte no le hubiera resultado dolorosa, un buen trabajo del maquillador.
A las seis de la tarde los amigos del barrio fueron citados para rendir su último tributo de respeto a aquel quien no había tenido mayor necesidad de amigos y menos de respeto. Los miembros de su numerosa familia no llegaron a su velorio y nadie lloró sobre su ataúd, esto opacaba la memoria de Torpedo; pero en presencia de la inevitable muerte la razón y la filosofía no hacen eco.
A medida que las horas iban pasando, los que llegaban al velorio en busca de guaro y tamales iban acomodándose  y ofrecían consuelo a los únicos parientes dolidos, la abuela y el abuelo, quienes, como las circunstancias de la ocasión requerían, estaban solemnemente sentados en la habitación con algunas señoras vecinas que llegaron por ver el dolor de los dos viejos.  Estos buscaron un rincón solitario y se sentaron de manera circular y como se acostumbra en los velorios, sacaron un naipe y cada uno su repertorio de chistes, para esperar el café con pan  y el guaro con tamales.
Luego llego la rezadora, y en tal oscura presencia las más mínimas luces se eclipsaron. Su entrada fue seguida por la un par de ayudantas con sendos rosarios en sus manos, cuyas lamentaciones llenaron la habitación. Ella se acercó al ataúd y luego de inclinar su rostro por un momento y decir unas palabras en un idioma que parecía latín, fue gentilmente conducida hacia un asiento cercano al de la abuela. Lúgubremente y en tono susurrante, la mujer comenzó su elogio de la muerte, y su tenebrosa voz, mezclada con dolidos sollozos cuya intención era estimular a los pocos presentes, pareció como el sonido del frío aire de la noche. El deprimente día se oscureció rápidamente a medida que ella rezaba; una cortina de nubes se asomaron y un par de gotas de lluvia brincaron en el piso de tierra del patio. Pareció como si la noche estuviera llorando al triste Torpedo.

Cuando las últimas frases del casi interminable Ave María habían sido dichas y solo se escuchaba el sutil llanto de la abuela, entró a la habitación Asaber, despacio, con un triste caminar y su cabeza y sus orejas  bajas, como llorando por el último adiós de su amo, su único amigo.
Mirando con lástima a Asaber estaban cuando sonó el viejo reloj de la abuela,  12 campanadas avisaron la media noche, el viento de la madrugada se hizo más y más frío, cuando el único sonido que se escucho fue un quejido del viejo Asaber, todos lo miraban asustados cuando comenzó a mover la cola, paró sus orejas, avanzó hacia el ataúd y se levanto en dos patas y ladró, como lo hacía con su amo cuando jugaban…

Los dolientes, las rezadoras y los borrachos jugadores de naipe salieron en veloz carrera, tratando en su terror de escapar de la horrorifica visión. Un hombre tropezó contra el ataúd tan fuerte que este cayó al piso, el cristal estalló en miles de pedazos por el golpe. Desde la abertura del cristal se asomaba espantosamente la cara de Torpedo, sonriendo por los lenguetazos  felices que le daba su único y fiel amigo Asaber…


Oren para ambos lados

  Veo cientos de publicaciones pidiendo oraciones por Israel, pero, y por Palestina no les da por orar? Por que le piden a Dios salvación pa...