Rocío salió de su casa en aquella pequeña aldea donde nació y de donde nunca había salido. Se despidió de su mamá quien quedaba a cargo de sus dos hijos pequeños que eran los dueños de sus sueños y los que le dieron el valor de salir esa mañana. Se junto con miles de compatriotas suyos en una caravana interminable, todos dejando atrás sus familias y compartiendo los mismos sueños.
Rocío se encomendó a Dios: Protégenos señor, pensó, y protege a todos los que van conmigo. La caminata comenzó y ninguno sabia lo que les esperaba en el duro camino.
Y caminó y caminó y conoció lugares hermosos y conoció gente hermosa, como Luis, un cipote de 13 años que desde que comenzó a soñar, solo soñaba con volver a ver a su mamá de la que perdió contacto años atrás cuando ella partió en la misma ruta, pero en otra caravana de esperanza.
Rocío se acerco a Luis y caminaron juntos todo el camino y compartieron agua y alguna comida que pudieron conseguir. Luis le hablaba de su mamá, cuando se fué, le dio un crucifijo con una cadenita para que la recordará y para que rezara por ella, Luis siempre la llevaba colgada al cuello, cerca del corazón decía.
Rocío se tiró boca arriba cerca de unos arbustos, junto a ella Luis, la arena del desierto le cubría la cara y se le metía en la boca, en la nariz y en los ojos, la oscuridad de la noche no le dejaba ver más que el brillo de las luces de las patrullas y solo escuchaba las sirenas y los gritos desesperados de todos sus compañeros que corrían en todas las direcciones. Empezaron los disparos. Apretó fuerte la mano de Luis y le susurro: no hables y no te movás.
Rocío logró abrir los ojos que estaban en dirección al cielo, miro la noche más estrellada que jamás había visto, era hermoso, entre las estrellas busco las caras de sus hijos, miro una estrella fugas y le pidió un deseo. sobrevivir a esa pesadilla de soledad y miedo. Su garganta estaba llena de arena, le ardían los ojos, le dolía el cuerpo y casi no podía respirar pero no quería moverse para que no la vieran, trataba de sacar fuerzas para soportar, no quería llorar, aunque las lagrimas salían solas, lo hacia por su familia.
Después de varias horas y cuando solo quedo el silencio, Rocío trató de incorporarse, se limpio los ojos que ardían, trato de escupir el polvo que arañaba su garganta, llamó a Luis pero este no contesto, busco su mano y sintió el frío de la muerte, toco su pecho pero este no respiraba, al tirarse juntos, Luis ya había recibido una bala en la espalda. Ahí habían terminado los sueños de Luis de reencontrase con su madre, Rocío se sentó a su lado hasta que aparecieron los primeros rayos del sol, dijo una oración por Luis que había perdido la fortuna de ver a su madre, otra por la madre de Luis que había perdido para siempre la fortuna de ver nuevamente a su hijo. Tomo el crucifijo que Luis llevaba al cuello como recuerdo y lo enrollo en su mano.
Trato de cubrir el cuerpo de Luis y dijo en vos baja: Luisito, en el poco tiempo que te conocí, la palabra que más pronunciaste fue "mi mami"... que triste que ella no la haya escuchado... No te morís por una bala, también te morís de abandono, de falta de oportunidades para estudiar, de miseria, de desnutrición, de marginalidad. Te morís de injusticia. Te morís de deuda externa, de miedo. Te morís herido en los caminos del sub desarrollo. Te morís de intereses ajenos y mezquinos.... Te morís de corrupción
Rocío miro a su alrededor y estaba sola.
Cómo podré sobrevivir, pensó, Dios, no puedo regresar, ¿Cómo podré regresar a ver a mis hijos llorar por hambre, cómo sobreviviré al miedo, a la corrupción, a las masacres, a las enfermedades, sin medicinas ni hospitales?
Rocío sintió el viento en su cara y lo tomó como respuesta divina a sus preguntas, encontró una botella con un poco de agua que alguien boto en la persecución, se lavo la cara, se enjuagó la boca, tomo un poco y miro hacia donde creía era el norte, ahí donde iban todas las esperanzas de muchos padres, hijos, hermanos, ahí donde caminaban miles de Jesucristos pegados al pecho, muchos anhelos, muchas esperanzas, muchos pensamientos, mucha hambre. Miro por última vez donde quedo Luis, miro el dolor de su mamá que nunca encontrará la tumba de su hijo y comenzó a caminar.
El sol del desierto comenzó a ser brutal, lo sentía en su cabeza, en su cara y en sus hombros, la sed, el cansancio y temió por la muerte, se sentó, cerro los ojos y recordó a sus hijos, a su madre y le pidió a Dios por ellos... recordó cuando fue hija y cuando fue madre, tal ves lo más feliz de su vida, recordó que quiso ser maestra o enfermera, regreso a su pueblo lleno de flores, recordó la leche tibia, los nombres que puso a todas las gallinas que crio, las tortillas calientes que comió de las manos amorosas de su mamá... sintió como su cuerpo se elevaba y ya no sintió sed ni hambre ni miedo... se vio a si misma sentada, con la cabeza baja, miro el crucifijo de Luis en su mano apretada, miro una luz brillante y solo se fue...
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