Es 31 de diciembre en Tegucigalpa, el reloj marca las 10 de la mañana, el cielo sobre Las Delicias está despejado, el frío dicembrino no se siente con tanta fuerza ese día, la neblina de todas las mañanas que baja del Picacho se ha retirado y deja entrar unos cuantos rayos de sol. La mayoría de los soldados están ansiosos por comenzar con la batalla, cada uno prepara sus pistolas, rifles y bombas de mano, entre más tengan mejor. Algunas de las madres abren las puertas de las casas y dejan que los guerreros carguen municiones en sus patios. Los soldados del cerro se dispersan por los estrechos y torcidos callejones hasta quedar alineados para repeler el ataque de los de abajo que también están listos y esperando el primer bombazo para empezar el ataque.
Ese día no hay tráfico en aquella calle sin salida, como hay vacaciones, los buses del colegio no están estorbando la calle, en el callejón, al lado de la pulpería de Doña Agueda hay un fuerte contingente, ahí hay bastante provisión, enfrente en el callejón del cerrito junto a la casa del maniático “destripador de sapos” están otros tantos. Unos corren y sigilosamente suben por las gradas desde mi casa hasta la casa de los Contreras, en la parte de arriba viven los gringos, un grupo atrincherado de 6 entre hombres y mujeres bien armados quienes se han declarado también en guerra, aunque sin ningún bando, solo para defender su hogar.
En la calle, las habituales vendedoras de frutas y verduras bajan sus canastos y buscan protegerse en algunas de las puertas. El vendedor de leche, no puede regresar con su producto, por lo que decide quedarse con su burro en la esquina de “180” a esperar que termine la batalla.
Se da la señal. Comienza la batalla, desde la esquina de los “Bazuca”, los de abajo comienzan el ataque, cada uno carga las municiones que pueda y corren bajo la lluvia de bombas, suben el cerro a toda prisa, por todos los ángulos disparando a mansalva sus pistolas al primer movimiento, los del cerro responden y tratan de repeler la subida de los de abajo, disparan a discreción toda la munición que pueden, la hermanas, madres, padres y hasta las abuelas se unen a la batalla y corren a cargar mas bombas y tratan de repartirlas antes que se acaben en todos los puntos de defensa. Desde las gradas hay fuego cruzado, pero se detiene y se repliega para atacar las puertas y ventanas de los gringos que comenzaron a atacar las gradas, salen a disparar pero se regresan a su privilegiado bunker, no se arriesgan, aunque reciben muchos bombazos en cada salida…
Al llegar el medio día, las bombas se han acabado, algunos siguen la lucha con lo que tengan a mano: bolsas, pailas, ollas… las calles y las casas están empapadas y el agua corre buscando refugiarse en los drenajes, todos estamos mojados, la guerra de bombas de agua de fin de año terminó pero unió a todo el barrio, todos participaron…
Al terminar, nos juntamos en la pulpería de Doña Agueda a tomar Pepsi, comer rosquillas y a reírnos de la experiencia de la guerra, la cual, definitivamente, tratamos de cumplir todos los años, sin falta, el ultimo día del año…
miércoles, 18 de junio de 2014
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